Nuestros hijos: la clave para nuestra evolución y aprendizaje
Nuestros hijos pueden ser esa pieza para nuestra evolución y aprendizaje: solo si estamos dispuestos a darnos cuenta de ello.
No estoy juzgando. Todos estamos en el mismo barco: el de aprender de nuestros hijos y el de evolucionar, no solo como madres, padres, familia, sino como personas.
No estoy juzgando porque yo también estoy en este camino de aprendizajes y evolución. Yo decidí darme cuenta de que o me volvía loca o aprendía a aceptar y aprender de la situación, para tomar decisiones siempre mejores que aquellas con las que no me he sentido bien.
Este es un camino que no termina nunca.
Porque la etapa bebé es un desafío; la etapa “toddler” (de 1 a 3 años), otro distinto; los siguientes años, no tienen que ver los 6, que los 8, que los 11. Y luego viene toda la etapa de la adolescencia y la juventud.
La impermanencia de la infancia: un recordatorio para el presente
Nuestros hijos “desaparecen”.
Llega un día que te das cuenta que aquel bebé ya no es un bebé nunca más; aquel pequeñín de 3 añitos, ya tiene 5. A los 9 años, está a punto de añadir un dígito y ya no le ves pequeño. Y en la adolescencia el niño desapareció. A los 20 años, el adolescente también desapareció.
Damos por sentado (no damos valor) lo que tenemos en la vida ahora, nuestros hijos tal como son en el momento presente. Creemos que todo esto va a estar así para siempre.
Sabemos de manera mental que esto no es verdad, pero actuamos como si fuera así. Y no, va a cambiar. TODO.
¿Para qué escribo esto? No para ponernos meláncolicos, sino para tomar consciencia y poder salir del piloto automático y tener una vida más presente, una vida que esculpamos activamente.
Muchas veces nos dejamos consumir por el día a día con los hijos y queremos que los días pasen más rápido. A veces es intolerable cómo nos sentimos: desbordadas, sin ayuda, con mucha presión, con listas inacabables de cosas que hacer, con mucha demanda por parte de los hijos, de las parejas, familias…
Y es por eso que no podemos estar presentes ni podemos hacer cambios para ir hacia una vida que nos sea más amable.
Pero cuando queremos que el tiempo corra más rápido, cuando nuestra mente quiere que el peque sea más autónomo, juegue solo, se entretenga solo, hable mejor, me cuente lo que le pasa, me ayude… nos estamos perdiendo el proceso de lo que es vivir.
Y EN LA VIDA SOLO HAY PROCESO.
Hay personas que nunca pueden vivir la vida, disfrutar, hacer cosas por ellas… porque siempre están esperando ese “momento fin” perfecto que nunca llega.
Y así pasan meses, años, décadas y VIDAS.
De la mente al corazón: la importancia de la consciencia y la presencia
La maternidad y el día a día nos trae momentos tan duros y difíciles que hace que queramos que el tiempo vaya más rápido. Pero entonces de repente el bebé, el hijo, el adolescente creció y es cosa del pasado.
Un pasado que no supimos saborear, hacer que supiera bien dentro de las circunstancias que teníamos. Porque desde la vista del futuro nos daremos cuenta de que aquellos momentos no estaban tan mal.
Cuando podamos echar la vista atrás, recordaremos aquel peque que no nos “hacía caso”, que tenía sus momentos fuertes, de mucha intensidad, que lloraba, que quería que estuviéramos con él o ella sin separarnos, que también sonreía, y nos tocaba con sus manitas, y nos pedía su canción favorita, y que le leyéramos aquel cuento cien mil veces, y que nos acurrucáramos juntitos en la cama… Y POR FIN entenderemos que era parte del proceso y que todo estaba mucho mejor de lo que nos pensábamos en aquel momento.
QUÉ TAL SI desde hoy vamos haciendo actos reflexivos de ver a nuestros hijos con ojos empáticos, entendiendo el proceso de desarrollo por el que están pasando.
Entendiendo que son individuos separados de nosotros con sus opiniones, gustos y personalidad.
Entendiendo que la manera que actuemos y respondamos a lo que nos van mostrando tendrá un impacto en su desarrollo, en su capacidad para mostrarse al mundo y en la calidad de nuestra relación con ellos.
Te propongo un ejercicio que trata de que en lugar de que mires a tus hijos con los ojos o con la mente… míralos desde el corazón, ¿puedes?
Dime, ¿qué has sentido?
Salgamos de la mente a mil por hora, y bajemos a la simplicidad, a la lentitud, a la presencia… y veamos a nuestros hijos y a todos los niños y niñas desde ahí.
(El pasado miércoles tuvimos una conversación con Natalia de Happy Souls Yoga que iba de esto, de ¡volver a las bases! Simplicidad, lentitud, empatía, naturaleza. Ingredientes básicos para una vida en paz. Para todos. Que empieza tratando bien a los más vulnerables y que tienen menos voz, que son… los niños y los animales.
Inspiración para revisarnos con regularidad
Hace poquísimo que he descubierto a Martha Beck pero ya puedo citarla, y lo haré mucho más. Me encantó escuchar en uno de sus vídeos como Martha dice que aquello de hacer propósitos, por ejemplo al empezar el año, es poquísimo. Ella dice que revisa sus propósitos ¡a diario! Era entre exageración y verdad. Pero me la creo, porque yo hace unos años que también estoy revisando mi propósito, mis objetivos, mis deseos, lo que me hace bien y lo que me hace mal, regularmente. Los propósitos de Año Nuevo para mí es un ritual más de los que hago a lo largo de las semanas. Y no he sido siempre así, pero sí que hace unos años que camino este sendero de vida.
Volviendo a lo de nuestros hijos e hijas que “van a desaparecer” (se siente muy triste, pero ¡es la verdad!), fíjate en ti misma:
¿Tú te acuerdas de los momentos de pequeña cuando leías con tu papá o tu mamá? ¿Con tu abuelito o abuelita? ¿Te acuerdas de todos los cariñitos que hacías con ellos? ¿A qué jugabais? ¿Qué hacíais juntos?
Algunas responderán que sí, mucho; otras, menos. Conozco algunas mujeres que no recuerdan casi nada de su infancia: con qué se entretenían, cómo era su habitación, qué hacían los fines de semana, o los días de cada día en el momento de levantarse y prepararse para ir al cole…
Llegar al porqué no recuerdan casi nada nos llevaría a un análisis muy profundo de qué pasó en aquella infancia, en aquellas interacciones y tiempos compartidos, que ahora no haré. Pero sobre lo que tú misma puedes reflexionar.
A lo que quiero llegar ahora es que nos acordemos mucho, poco o nada, aquello ya no existe. Ya no está. Nosotras tampoco somos esas niñas, ni adolescentes… dejaron de existir. Puede que perduren gustos, maneras de hacer, de comportarnos… o quizás ni eso.
Esto de dar por sentado todo lo que tenemos ahora es importante que lo reflexionemos cada una, internamente. Para poder entonces valorar mucho más lo que tenemos, hacer cambios si es necesario e ir hacia una vida con más presencia (que es lo que necesitamos tanto los niños como los adultos).
Y también es algo que podemos ir hablando con los hijos. No de una manera pesimista, negativa, pero sí para poder valorar todo lo que tenemos y que entiendan el valor de los momentos, de las personas y de las cosas cotidianas.
Aceptar a nuestros hijos tal como son
Con todo esto, me lleva a hablar de “saber aceptar a los hijos que tenemos”. No para resignarnos, sino para poder vivir más en paz y poder hacer las adaptaciones que beneficien a todos (a ellos y a nosotras).
Es importante que entendamos que nuestros hijos son como son a causa de sus características propias, que se explican por la propia genética, herencia, condiciones que tengan en el nacimiento o en las primeras edades. Pero también a causa del ambiente, del entorno, de las interacciones que se han establecido con ellos desde bebés, de sus personas de referencia, de las oportunidades o barreras que se les ha proporcionado… El ambiente es el que configura su personalidad, su comportamiento y su desarrollo.
Por ejemplo. Yo conozco a peques que no hablan a los 3 años con unos papás nada preocupados, que creen que ya hablará, que todavía es pequeño. Y peques de 3 años que no hablan con papás angustiados, que buscan y rebuscan, y se intoxican de información y llevan al peque a todo tipo de terapias o desde casa se ponen a hacer actividades para “enseñar” a hablar.
Ese peque de 3 años que “no habla” tiene dos entornos muy distintos. Ninguno de los dos está tomando las riendas como sería deseable. Sabiendo que un peque a los 3 años debería estar ya comunicando y comprendiendo muchas cosas, y diciendo frases de varios elementos, con un vocabulario en aumento, vemos que los papás que no hacen nada no están entendiendo esas necesidades comunicativas del peque. Y los que están angustiados, y creen que múltiples terapias van a “solucionar” el “problema” del peque, tampoco.
También es importante entender que los peques que no se están comunicando como sus padres esperan que lo deberían hacer, no lo hacen porque quieren, no lo hacen a propósito.
Conozco a muchas familias que quieren que su hijo o hija esté ya comunicándose de una manera más elaborada, que ellos consideran que sería más adecuada, y llegan a pensar que su hijo o hija es vago, que les toma el pelo, que podría hacer más… Y esto les lleva a tomar una actitud casi enfadada con los niños, muy directiva, muy correctiva, que se aleja totalmente de lo que sabemos que impulsa el lenguaje de los peques. Que es dar calma, presencia, lentitud, comprensión, sin rigidez, con empatía… y que confiemos en ellos y en nosotros como familia.
Más allá del lenguaje: mi propósito de practicar la empatía de manera real
Familia, este es un primer artículo con un tono ligeramente distinto, donde el foco lo pongo en lugares que parecen no tan conectados al propósito visible de Creciendo con las Palabras que es acompañar a familias a impulsar el lenguaje de sus hijos que están tardando en hablar.
Porque sí, soy logopeda y acompaño familias con peques con desafíos comunicativos. Pero sobre todo acompaño a las familias a saber ver las fortalezas de sus peques y buscar el camino más sencillo posible para ellas para poder vivir una vida tranquila, sin tanta preocupación, con más alegría.
Así que, aunque hablamos mucho del lenguaje de sus peques, y analizo la comunicación, el lenguaje y el habla, al final todo esto va de muchísimo más.
Va de darse cuenta.
Va de parar.
Va de reflexionar.
Va de querernos (a nosotras, a ellos).
Va de empatía.
Va de vivir más en paz.
¿Vas a seguir por aquí?
¿Cómo te sientes tú en este camino de la maternidad, crianza y si tu peque tiene algún desafío en su desarrollo?
¿Sientes peso, preocupación o agobio?
¿O lo vives de manera alegre, ligera, amable?
Te leo con el corazón abierto.
Artículos aparecidos durante el artículo
- ¿Quieres que tu hijo hable más? Deja de intentar enseñarle a hablar
- La respuesta a esta pregunta te da las claves para saber impulsar el lenguaje de tu peque con desafíos comunicativos
- “Puede hablar pero no quiere.”
- Tomar Conciencia: El papel de la familia en el desarrollo del lenguaje infantil | Método Natural
- Método Natural de Lenguaje: Una manera natural de favorecer el lenguaje de tu hijo/a desde casa